En el año 2005 diversos profesionales implicados en el Sistema de Protección a la Infancia con amplia experiencia en la intervención con menores y sus familias decidieron reunirse y valorar qué variables del trabajo que se venía desarrollando en el sector correlacionaban directamente con la efectividad del mismo. Coincidían en la conveniencia de adaptar la oferta residencial a las necesidades que se estaban observando, ya que los modelos propuestos venían cargados de buenas intenciones, pero también de limitaciones para desarrollar un trabajo especializado con garantías. Fruto de ello se plantearon la posibilidad de crear recursos cuyo modelo educativo y terapéutico estuviera basado en las experiencias vividas y los acuerdos alcanzados, naciendo así, en Enero de 2006, la Asociación Coliseo.
El nombre escogido para la entidad no es casual, sino que guarda relación con la famosa edificación creada en Roma en el siglo I. Entre otros eventos, en el Coliseo se celebraban combates entre gladiadores en los que el vencedor podía obtener como premio su libertad. Solían ser esclavos capturados en las múltiples batallas que el Imperio libró durante su expansión, por lo que, y aquí viene la similitud con los menores que atendemos, no dependía directamente de ellos el encontrarse sobre la arena luchando por su vida, pero tendrían que esforzarse para conseguir “salir victoriosos” de esa situación.
Los menores que nos encontramos en los centros llegan a los mismos como resultado de un cúmulo de circunstancias en las que ellos son los que menos responsabilidad han tenido. Sin embargo, dependerá de su esfuerzo sobreponerse a las dificultades y garantizarse un futuro mejor, evitando que sus expectativas “terminen” sobre la arena. Nuestra labor consistirá en ayudarles en esta tarea, mostrándoles el camino (o ayudándoles a trazarlo) y acompañándoles en el trayecto, pero enseñándoles que son ellos mismos quienes lo deben recorrer, y que llegará un momento en que tendrán que hacerlo sin nuestra compañía.
De este modo, planteamos actuar de manera integral sobre todos los niveles de intervención del menor (individual, familiar y social), proporcionando una atención personalizada e individualizada y ofreciendo un marco de convivencia adecuado, teniendo como eje central del modelo de trabajo la normalización y el desarrollo final de la autonomía. En este sentido, debemos incidir en que los centros no deben ser la primera opción a plantearse, y que únicamente se tornarán necesarios cuando sea imposible la intervención familiar e individual sin la retirada del menor del domicilio familiar, no existiendo otras alternativas familiares viables.